Tata Güines: Fifty, Fifty
Agustin Dimas López Guevara
Cuando en el año 1989 conocí a Tata Güines, la vida me dio la oportunidad de comprobar su nobleza oculta bajo la indumentaria provocativa de su vestimenta: camisa con colores festivos y pantalón blanco, en juego con sus zapatos punta estilete y su gorra bolchevique que le daban un toque de “hombre de ambiente guaposo” – imagen de los años 70 cuando irrumpe con “el perico está llorando” y era aclamado por una multitud arrolladora en los carnavales-, así lo vi sentado, acodado en la barra del bar las Cañitas, con el vaso de ron y sus largas uñas tintinando en la formica un ritmo nuevo. No sospeché entonces, que un tiempo después habría de realizar la Producción del Espectáculo Noche Tropical, donde estaría el Tata, como percusionista de lujo. Tuve la dicha de disfrutar de esa confianza amistosa, surgida en los ensayos y preparativos del Espectáculo, bajo la Batuta de ese noble y laborioso Maestro, que fue Armando Romeo: el padre de las Jazz band en Cuba. El Tata, con un virtuosismo de excelencia le sacaba a los cueros de sus tumbas los ritmos contagiosos, apoyado por las ocho manos de Los Papines, el desenfado en la batería de Juan Carlos Rojas, “El Peje” y los compases precisos en las pailas de Blas Egües, para acompañar a la gran orquesta con un ritmo de lujo., donde brillaba el Tata, en el solo de Manteca. Me atrapó la magia de su interpretación cuando cerraba los ojos, buscando en su interior esa comunicación invisible, que lo ponían en contacto con los secretos ocultos de los toques, mientras, en los gestos de su rostro se reflejaban los sonidos que sus manos con sus largas uñas le iban sacando a los cueros afinados de sus congas para contagiar con su gracia personal, su desenfado y sencillez entre luminarias de la música popular cubana, donde el Tata era respetado, querido y buscado por los integrantes del amplio elenco artístico, para reír y disfrutar de las conversaciones e invenciones de su lengua, con una ingeniosidad desbordante de Cubanía, para sofocar el agobio y las limitaciones del periodo especial que con sus apagones nos dejaban a oscuras en los ensayos. Allá en Japón compartimos la alegría de los aplausos, -después del estreno en la Sala de Los Deportes de Kobe, y en el Budokan de Tokio, - las fotos en la nieve, paseos y comidas, siempre amenizadas por la gracia solariega del Tata, y la grata compañía de ese otro grande del piano: el gentil y cubanísimo Frank Emilio, que reía con placer ante el torrente de jocosidad del Tata, que desde su paso por Los Amigos, era ya conocido por este apodo que ni la muerte puede borrar del afecto de todos los que disfrutamos de sus descargas percutivas, su risa franca y su palabra precisa inventada para nombrar lo insolito y culminar su discurso,siempre:Fifty Fifty.
Agustín Dimas López Guevara
Habana Febrero del 2008
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